Un Punto en el Mundo
En este blog podrás encontrar un pequeño número de historias de bienvenidas y despedidas que te harán reflexionar sobre nuestra fragilidad
viernes, 13 de agosto de 2021
Nostalgias de sal
miércoles, 27 de noviembre de 2019
En las noches de exacta soledad
domingo, 21 de julio de 2019
Akaal
Julio 2019
Comenzaste por olvidar el significado de las palabras. Abrías los ojos y me mirabas queriendo decirme tantas cosas pero ya no podías. Fue en Junio del 2016, en la época en que los árboles de chinines comenzaban a dar sus frutos, justo después del entierro de tu hermano Ricardo. Ahí decidiste dejar de hablar. Habías dicho tanto en tu vida que ya no valía la pena seguir pregonándolo; o tal vez, el sentido de las palabras eran ya simple nimiedades.
Me observabas, y me daba miedo... Me daban pavor tus ojos inmóviles, odiaba mirarte y no saber qué pensabas. Saberte ausente. ¡Cómo entender que te habías ido hace mucho, si estabas aún presente! ¿A caso lo estabas? ¿Sabías que me lastimabas? ¿Te importaba?
Me dejaste solo: solo, enfermo y triste. De la nada, ya no tuve con quién deshierbar plantas, ya no tuve con quién mecerme en la hamaca una tarde calurosa, con quién ir a comer pescado asado al puerto de Chiltepec, con quién recorrer los cacaotales en época de cosecha, con quién ir a beber una buena cerveza en las fiestas patronales. Y se me olvidó, se me olvidó que existía más allá de ti. ¡Qué culpa tenía yo de que tú hubieras deseado dejar de vivir! ¿Por qué tenía que cargar con la ausencia?
Pronto olvidaste incluso mi rostro. Te cuidaba día y noche, te bañaba, te limpiaba, te secaba ¡Y no sabías quien putas era! Entiendo, ¡Cómo si recordar un rostro fuera importante! Quizá no para ti, pero sí para mí que había compartido tanto contigo.
Un día las fuerzas y las ganas ya no fueron suficientes y dejaste de caminar. Te olvidaste de comer, tus esfínteres se volvieron débiles, tu mirada se quedó vacía, la mitad de tu cuerpo quedó inmóvil. Las noches comenzaron a atormentarte, la vida comenzó a pesarte y cada día se convirtió en un suplicio suicida para ti. Y te fuiste yendo lentamente, olvidando que tenía sentido quedarte a mi lado. Y traté, te juro que traté de hacerte sentir que yo era tu hogar.
Comer dejó de ser una sutil mezcla de texturas y sabores. Ya no tenías fuerzas para masticar, ya no podías sostener una cuchara. Pasaste de los sabores a selva centroamericana - de los tostones de plátanos, los verdes con chipilín, hoja santa y chaya, del chile amashito con sal, las tortillas de frijol, la salsa ácida de tomatillos silvestres, la yuca cocida en un buen caldo de res, la cascarilla de cacao triturado para acentuar los sabores, el color del achiote presente en los adobos tradicionales, el pejelagarto con cebolla morada marinada en naranja agria, de una buena charola de ostiones al tapesco- a las papillas de brócoli, chayote y apio. Y no tuve más remedio que olvidarme yo mismo de esos olores.
Me permití irme consumiendo contigo. Dejé de trabajar, dejé de escribir, dejé de pensar, dejé de sentirme enraizado. Y dediqué mis momentos a honrar los segundos en los que me sonreías como si nos recordaras, estaba seguro que podías leerme como antes. Intentabas hablar diciendo palabras que no enlazaban, pero de alguna forma me hacía sentido y me aferraba a esas pláticas insípidas. Me habías enseñado tanto en la vida, habías sido mi sostén, la fuerza y dirección de mi desorden, mi ancla, mi timón y mi vela al mismo tiempo. ¡Me habías dado tanto de ti, que era imposible no verte y llorar de vuelta!
En los días de lluvia los huesos te dolían, en los días de calor la humedad dificultaba curar las heridas de tu espalda. No querías bañarte, no querías comer, no querías visitas, sólo querías dormir. Querías cerrar los ojos e irte. Pero yo estaba aferrado a ti, a tu estar conmigo, a lo que habías representado en mi vida, a quien habías sido.
Vivir era un silencio eterno para ti, así que aprendí a quedarme callado a tu lado. A sólo escuchar el trinar de los pájaros cada madrugada y el aullido de los monos arañas cada aguacero de verano. Aprendí a dejar de oirte, a sólo velar tus sueños y dejé de dormir, de alguna manera estaba obsesionado porque estuvieras bien, así que me levantaba a verte a las 11 de la noche, las 2, las 5 y las 7 de la mañana y despertaba pensando en ti muchas más veces en la madrugada. Me daba miedo perderte, tu respiración era lenta y casi escasa, así que observaba continuamente que tu diafragma aún tuviera movimiento.
Te dediqué mi vida, te cuidé y te serví hasta el último instante. Y no por obligación, no porque debía o por remordimientos, lo hice por amor y por lealtad. Porque te amé siempre, porque no concebía la vida sin ti, porque mi vida tenía sentido sólo en nuestra historia compartida. Lo hice porque me dolía ver cómo te consumías, ver cómo te habían olvidado todos aquellos a los que habías amado. A veces te entristecías, llorabas, y algunos días, recordabas tus propias historias inventadas, aquellas, donde yo no figuraba. Preguntabas por nuestros hijos, por nuestros padres, por nuestros nietos, por nuestros hermanos, por nuestros amores... Preguntabas por todo lo que creías que tú y yo éramos porque no sabías qué éramos. No tenías ni idea porque siempre me quedaba a tu lado.
Un día de Julio de 2019 no abriste más los ojos. Tomé tu mano aún tibia y te dije te amo. No me sentí vacío, ni solo, de alguna forma, te habías ido de mi lado hacía mucho. Así que sólo susurré Akaal entre mis labios que temblaban aún más que mi propio corazón, y me dispuse a dejarte ir...
"Akaal... Akaal hasta donde quiera que estés, en este universo o en la eternidad".
miércoles, 18 de abril de 2018
En el corazón de Bangkok
Abril 2018
Mi querida Jiawen!
Hace exactamente 17 horas 43 minutos ya, desde la última vez que te ví. Para ser ciertos, de hecho es también la primera vez en este tiempo. No me costó trabajo reconocerte, aunque tus ojos son diferentes: grandes, mucho más grandes de lo normal, conservan esa aura de tristeza matizados con picardía. No sé si lo acordado por nuestras almas incluya volverse a encontrar en esta vida, pero me fue difícil simplemente no tocarte. Me viste 5 segundos a lo mucho, no me reconociste. Intenté abordarte pero todo tu ser me gritó al unísono, "Gracias por respetar nuestro trato".
Debo confesar que me preocupabas, hacía 34 lustros que no teníamos el placer de coincidir. Sufrí al dejarte, pero el invierno era demasiado frío en la provincia de Heilongjiang y mi cuerpo no fue capaz de resistir aquella pulmonía. Tengo tantas preguntas que hacerte. ¿Cómo fue tu vida? ¿Conociste a alguien más? ¿Nuestro hijo fue un hombre de bien? ¿No te costó trabajo seguir sin mí?¿Fuiste feliz mi querida Jiawen?
Te reconocí a lo lejos, desde que pusiste un pie en la azotea del "blue moon". Debajo de nosotros la caótica y agetreada Bangkok. Las luces de la ciudad a nuestro alrededor y el viento soplando nuestros rostros justo en el piso 63. Eres de tez morena, te queda bien por cierto, tus rasgos son latinos, me atrevo a decir que no mides más de 1.54 y eres una menuda señorita de unos 30 o 34 años. ¿Por qué decidiste nacer a miles de kilómetros de mí? No entiendo porque te empecinas en fortalecer tu espíritu al otro lado del mundo con un grisáceo y frío océano separándonos...Te observé, el viento hacía volar tu cabello y mordías tus labios, como cuando estás preocupada. Tal y como lo hacías en las estepas de la vasta Mongolia en 1226, cansados de caminar kilómetros sin encontrar comida y con la esperanza languideciente de hacerlo.
He llegado unos 11 años antes, si lo piensas bien, a nuestra edad la diferencia no es tan acentuada. Aunque puede ser contrastante visualizarme a los 23 años parado nervioso en Wat Arun, a punto de bendecir mi unión con Kim Liu, mientras tú, jugabas a cazar pompas de jabón en el jardín la escuela básica. Conocí a Kim en la preparatoria, es la tercera vida que compartimos juntos. Nuestras almas se han compenetrado tanto, que hemos acordado compartir hasta la eternidad. A veces siento que es una extensión de mí mismo, ella puede observar la melancolía que me provoca recordarte. Me ha dicho de mil maneras que deje de buscar lo que no está destinado para mí.
Las noches de abril en Bangkok suelen ser particularmente calurosas. Era justo la media noche cuando pisaste el último escalón del bar. Verte, después de haberte buscado por tanto tiempo, fue como un electroshock en mi sistema nervioso. Vestías simple, unos jeans y una blusa azul manga larga; y sonreías, con esa sonrisa franca y abierta que me robó el corazón varias décadas atrás, cuando te vi por primera vez a orillas del río Chao Praya. Una de tus amigas te llamó por tu nombre y con ese sonido quise sumergirme dentro de tu alma. Se detuvo la música un instante, y desde el "blue moon", ví el movimiento de las risas provenientes de Khaosan, sentí el sabor del incienso quemándose en el Wat Pho y olí las gotas de agua que debajo de nosotros se esparcían en la celebración del Songkram. Kim también te sintió, tomó mi brazo, delimitando de alguna forma, lo que ha sido suyo los últimos años. Sonrojó y me dijo te amo sin emitir sonido.
Kim entró a mi vida el 31 de Agosto de 1858 justo la tarde en la que la armada Francesa entraba a Danang, en la primera de muchas batallas durante la colonización de Vietnam. Yo era entonces, una niña de 11 años que sostenía con las manos ensangretadas la cabeza inmóvil de su madre. En el estruendo de la pólvora activa, vi danzar a mi padre y a mis hermanos el himno fúnebre de la guerra. Mientras secaba las lágrimas pegadas con tierra y saliva de mi cara, pude leer los labios de Kim diciendo "Corre". Y desde entonces, ha sido mi centro, lavando mi alma lastimada cientos de veces.
¡Has crecido tanto mi querida Jiawen! Transmites paz a distancia. Miras con esa vehemencia con la que adorábamos a Visnú y Siva en la selvática Funan, el Angkor Wat del siglo VI. Sonríes con la misma fascinación con la que entonabas cánticos en sánscrito venerando a nuestras deidades hindúes. Hablas con la misma sabiduría que sólo te da la experiencia de mil vidas. Y sin poder dejar de contemplarte, tuve ganas de correr hacia ti, tuve ganas de regresar en el tiempo, de caminar junto a ti tras las manadas de elefantes, de buscar juntos flores de bananas para la cena, de ser tu refugio en las lluvias que traen los mozones del sudoeste cada Julio, de amarte nuevamente a 41 grados centígrados. ¿Dónde has estado Jiawen? ¿Qué han visto tus ojos? ¿Qué guerras has vivido? ¿Qué dioses has adorado? ¿Qué templos has pisado? ¿Bajo qué luna, bajo qué sol, bajo qué cielo, bajo qué lluvias has llorado?
Hace algunos meses le diagnosticaron a Kim cáncer terminal, pronto me dejará solo. Hemos pactado encontrarnos en el próximo ciclo. Pero te he visto Jiawen, y eso lo cambia todo. Te he visto y en lo único que alcanzo a pensar es en hallarte, no importa cuántas tierras tenga que pisar, cuántos mares tenga que navegar, cuántos cielos tenga que mirar, cuántos dioses tenga que venerar, no importa el tiempo que tenga que gastar. Quiero amarte con esta cara, con esta sangre, con esta piel, en este ciclo, en esta vida, sin importar qué, quiero amarte hasta el último segundo de esta existencia humana, aún cuando más tarde, no estemos destinados a estar juntos, nunca más...
lunes, 16 de diciembre de 2013
Historias no contadas
La observo cada mañana, odia levantarse temprano así que me toca verla en los primeros minutos del día. Cuando duerme pareciera que todo resulta, son los únicos minutos del día que estamos en paz. Tiene la mirada perdida y cabizbaja, hace los quehaceres diarios como sí eso fuera lo único que la llenara. Creo que aún no puede perdonarme. Y pensarlo me llena de rabia, me llena de rabia con ella, me llena de rabia conmigo.
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Pienso en él, en lo que tuvimos, en lo que compartimos, en lo que no se dijo, en lo que no se dio. ¡En toda esta historia que no contamos! Al final las cosas suceden por una razón y creo que los encuentros se dan porque tenemos experiencias que vivir y aprendizajes que asimilar, pero, ¿qué hace el alma cuando no puede digerir los errores cometidos? cuando no se perdonan las heridas hechas. Lo extraño, con cada vello de mi piel, con cada latido impaciente, con cada mirada encerrada, con cada suspiro pensado, que melancólicamente, me llevan hacia él, hacia lo que fuimos, hacia lo que intentamos ser, hacia lo que hoy, ya no somos.
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Aún creo que pude haber tomado mejores decisiones. Su ausencia me ha dado un gran vacío. Tengo la necesidad de estar con ella, de buscar lo que fuimos, pero los últimos meses juntos fueron un desastre. He llegado a pensar que la he idealizado, que las circunstancias me llevaron a esto. Me culpo, todos los días me culpo por haberla lastimado. Tengo nublado los recuerdos de ese día, la veo bajarse del auto llorando, lo recuerdo a él amenazándome y me recuerdo a mí aturdido.¡Fue el límite! La línea que al pasar, desfigura lo que eres. Reflexiono en lo que perdimos, en lo que dejamos ir, y cada pensamiento me lleva hacia lo que hoy, simplemente ya no somos.
domingo, 8 de diciembre de 2013
Cada vez nos despedimos mejor...
En junio del 2010, el huracán Alex lavaba con fuerza su paso por Nuevo León y el río Santa Catarina, desbordado, arrastraba en su caudal construcciones que ya sólo eran viejas historias. Días antes, nos habíamos despedido nuevamente. Creo que lo que importó en esta despedida fue que Alex, terminó por lavar mi corazón la noche del 30 de Junio mientras esperaba sola y vacía un avión que me llevaría hacia el Pacífico.